Propaganda rusa de Nahia Sanzo – Donbass, Ucrania y la democracia liberal

Artículo original

Donbass, Ucrania y la democracia liberal

PUBLICADO POR @NSANZO ⋅ 08/07/2024 

Prácticamente desde el inicio de las protestas de Maidan y especialmente desde la invasión rusa de febrero de 2022, el incondicional apoyo occidental a Ucrania ha implicado ocultar y justificar aquellos pecados exagerados y repetidos hasta la saciedad cuando ocurren en Rusia. La idea de la lucha por los valores comunes, por pertenecer a la familia europea, la generalización del concepto de unidad del pueblo ucraniano alrededor de su presidente o la deliberada ceguera ante el flagrante autoritarismo de un país que eligió resolver por la vía militar un problema político han acabado por construir una imagen de Ucrania que existe únicamente en las páginas de los periódicos que la publican. “Ucrania pasó años intentando construir una democracia al estilo occidental. Entonces Rusia invadió el país”, titulaba, por ejemplo, la agencia Associated Press la semana pasada. De la misma forma que las evidentes carencias democráticas y de transparencia han sido utilizadas a lo largo de los años para presionar a Kiev a una actuación aún más servil en los momentos en los que ha sido necesario, todo desaparece cuando, por exigencias del guion, es preciso convertir a Ucrania en un bastión de la democracia liberal frente al iliberal autoritarismo de su país vecino.

Ayuda en la tarea de crear una fantasiosa imagen de una Ucrania que lleva diez años luchando por construir un país a la imagen y semejanza de la utopía que tienen en mente quienes la describen el hecho de que la información haya sido tan escasa y, sobre todo, tan parcial. El enaltecimiento de la lucha y la justificación de lo injustificable comenzó en Maidan, cuando se dio por buena la narrativa propagandística de la revolución de la dignidad pese a que medios como la BBC mostraban ya entonces a unas fuerzas de choque que no escondían su simbología fascista. La lucha contra el dictador Yanukovich lo hacía justificable. Tampoco era un problema que la moción de censura con la que quiso legitimarse el golpe de estado fuera irregular o que el presidente derrocado hubiera llegado al poder por la vía electoral.

Las protestas en Crimea habían comenzado y la intervención rusa en la península convirtió la cuestión ucraniana en una lucha proxy contra Rusia que continúa diez años después en el campo de batalla, con la OTAN haciéndose con el mando logístico del suministro millonario y tras centenares de miles de víctimas, un país destruido y millones de personas refugiadas en la Unión Europea y en la Federación Rusa. Invisibles para la prensa occidental, ellas, las víctimas de Donbass, fueron las primeras personas que huyeron de una guerra absolutamente evitable si quienes habían apoyado la llegada al poder de una oposición aupada por fuerzas de choque paramilitares hubieran presionado al nuevo Gobierno ucraniano por el camino del diálogo. Maidan había triunfado ya y con esa victoria había caído, de forma inequívoca e irreversible, la opción política prorrusa, el Partido de las Regiones, vinculado a la oligarquía industrial de Donbass y Crimea,  contrapeso al creciente nacionalismo ucraniano que representaba a clanes oligárquicos rivales. El peligro electoral que Yanukovich había supuesto tras la Revolución Naranja, en la que se encontró un acomodo en forma de presencia parlamentaria de su facción, que posteriormente resultó en su victoria en los comicios presidenciales, simplemente ya no existía.

El acomodo que exigía entonces la población era social, cultural, lingüístico y, en parte, económico. La certeza de que el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea implicaba un camino hacia la adhesión, históricamente acompañada de desindustrialización y deslocalización, causó el rechazo de la clase obrera de Donbass, que se materializó en las imágenes de las primeras ruedas de prensa de lo que, para sorpresa de participantes y testigos, se consolidaría como República Popular de Donetsk. La prensa se sorprendía entonces al ver anunciar medidas que esa primera RPD no tenía medios para implementar a dos tipos de representantes: personas de apariencia académica y personas vestidas con ropa de trabajo. No había rastro de las fuerzas de choque con simbología fascista ante las que los medios habían decidido mirar hacia otro lado. Fue entonces cuando un diálogo inclusivo, como el que exigían las conversaciones de Ginebra en las que participaron Ucrania, Rusia, la Unión Europea y Estados Unidos, tuvo la oportunidad de cerrar dos de los tres aspectos que conforman el conflicto: el aspecto interno, que derivaría en la guerra civil y el conflicto internacional entre Rusia y Occidente ante las aspiraciones expansivas de la OTAN hacia la frontera rusa. Sin la guerra civil iniciada ante la impasividad de las autoridades occidentales, que no protestaron ante el envío del ejército y de las fuerzas de choque de Maidan convertidas en batallones armados por las autoridades y los millonarios donantes privados, la guerra actual habría sido imposible. Crimea hacía inevitable un conflicto político prolongado entre Rusia y Ucrania, pero eliminados los otros dos componentes, los acontecimientos se habrían desarrollado de forma muy diferente.

Instalada en la dinámica de guerra, Ucrania aprovechó la coyuntura para avanzar hacia la construcción del Estado al que aspiraba. Kiev no solo acabó con una opción política que representaba a la parte del país cultural y lingüísticamente rusa y que no rechazaba la herencia de la República Socialista Soviética de Ucrania ni el pasado común con Rusia, sino que quiso eliminar también a toda oposición no nacionalista que no aceptara ciertos aspectos irrenunciables: el camino obligatorio e irreversible a la Unión Europea y la OTAN y la guerra de Donbass como representación de la ruptura definitiva con la Federación Rusa. Con una ley hecha específicamente para ello, Kiev prohibió el Partido Comunista y otras formaciones comunistas y socialistas, así como sus símbolos, incluidas la cinta de san Jorge o la Bandera de la Victoria, antes símbolos comunes a todo el país a excepción del nacionalismo más extremo, cuya presencia se limitaba hasta entonces a la parte más occidental del país. La prohibición de elementos de la etapa socialista y la demonización de la memoria de sus héroes vino acompañada de la permisividad del uso de simbología de inspiración fascista, la bandera de roja y negra –sangre y suelo­– utilizada por el colaboracionismo de la Segunda Guerra Mundial y el enaltecimiento oficial a sus miembros, por ley nombrados luchadores por la libertad de Ucrania aunque lo hicieran vestidos con su uniforme alemán.

De la mano de los vetos a partidos, ideologías y recuerdos llegaron también el acoso, la censura, las detenciones y el cierre de medios de comunicación afines a esas tendencias o que osaran desviarse mínimamente del camino marcado por Maidan. Con una política de pensamiento único, partidos que no se diferenciaban entre ellos más que en las caras que defendían sus lemas electorales y con la guerra y el dictado del FMI como únicas políticas prácticas, no era necesaria una prensa diversa. La guerra hacía más sencillo prohibir los medios, como les ocurrió a los medios e incluso redes sociales rusas, a las que se prohibió el acceso. Poco a poco, a medida que eliminaba la lengua rusa de los medidos de la educación y aspiraba a hacerlo también de los medios de comunicación, Ucrania vetó también los libros importados de Rusia.

Crear una sociedad uniforme, unitaria y centralizada implica el control de los medios, de la educación y de la política. Con solo partidos que aceptaran las premisas básicas de Maidan en el arco parlamentario y generalmente con representantes de los grupos militares y paramilitares que participaban en la guerra en sus filas, solo restaba para Kiev garantizar un centralismo político que impidiera que pudieran generarse feudos regionales que actuaran como contrapoder. De ahí que sea ingenuo ver en las amenazas de la extrema derecha -fundamentalmente Azov- contra la capitulación que veían en Minsk el motivo por el que Kiev se negó rotundamente a implementar los acuerdos de paz que Alemania y Francia habían negociado para Ucrania. El problema de Minsk no era que no resolviera la cuestión de Crimea -el territorio que más interesaba a Kiev- o que diera poder a Rusia en Ucrania, sino que creaba una región a la que había que garantizar autonomía lingüística y cultural y ciertos derechos económicos, una ruptura con el centralismo nacionalista ucraniano a la que los gobiernos de Maidan nunca iban a estar dispuestos.

En los exactamente ocho años transcurridos entre la victoria de Maidan y la invasión rusa, Ucrania creó un Estado sin derechos para las minorías étnicas y lingüísticas, sin libertad de prensa o sin la más exigua apertura política. Cuando Zelensky quiso prohibir una decena de partidos políticos tras la intervención militar de la Federación Rusa, quedaban únicamente formaciones insignificantes en número de militantes y presencia política. Para entonces, no había en Ucrania un solo partido mínimamente relevante que pudiera considerarse de centro izquierda. El nacionalismo y el militarismo habían acabado con toda opción alternativa posible en los años en los que se llamaba guerra con Rusia a la guerra de Donbass.

Dispuesta a justificarlo todo por defender al país que ya decía luchar contra la agresión rusa, aunque en realidad luchara contra unas milicias precariamente organizadas y unas estructuras políticas que obtuvieron de Rusia la ayuda mínima para no ser militarmente derrotadas, la prensa ha visto en ese Estado la construcción de una democracia liberal al estilo occidental. El resultado es que ahora, al entrevistar a quienes se autodenominan activistas por la democracia, los medios solo se sienten incómodos al justificar la cancelación de las elecciones hasta el final de la guerra. “Se han aplazado las elecciones, se ha restringido a unos medios de comunicación antaño pujantes, la lucha contra la corrupción ha pasado a un segundo plano y la libertad de circulación y reunión se ha visto coartada por la ley marcial”, escribe AP, olvidando otra vez todas esas limitaciones, agresiones, prohibiciones y vetos que ha ignorado durante años y que ha preferido no cubrir para no verse en la obligación de defender el cierre el acoso al personal de los medios. Curiosamente, el artículo de AP apunta que “esta historia, apoyada por el Putlitzer Center for Crisis Reporting, es parte de la actual serie de Associated Press que cubre las amenazas a la democracia en Europa”. En la última década, la única amenaza a la democracia que ha encontrado en Ucrania es Rusia.

Como demuestra el ejemplo de la historia de Ucrania en los diez últimos años y la cobertura informativa que ha producido, cuando la democracia liberal al estilo occidental es el fin y el argumento, su definición es fluida y puede adaptarse a las necesidades de incluir en ella a proxis, estados cliente o aliados prioritarios de las potencias hegemónicas.

Manipulaciones en el artículo de propaganda rusa sobre Ucrania por Nahia Sanzo:

Este artículo de pura propaganda incluye una serie de técnicas de manipulación para presentar una narrativa pro-rusa sobre el conflicto en Ucrania.

Algunas de las más evidentes son:

Falacias y distorsiones:

  • Falacia del hombre de paja: Se presenta una versión distorsionada y simplificada de la postura occidental, argumentando que Occidente ignora las fallas de Ucrania y la presenta como una “democracia liberal” idealizada.
  • Falsa equivalencia: Se equipara la lucha de Ucrania por la independencia con la agresión rusa, presentando el conflicto como una “guerra civil” en la que Occidente tiene la culpa por apoyar a un bando.
  • Pensamiento selectivo: Se omiten y se minimizan hechos históricos cruciales, como la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia en 2014 y el apoyo militar con participación directa de Rusia a los separatistas en el Donbass.
  • Generalizaciones abusivas: Se realizan afirmaciones generales sobre el pueblo ucraniano, como la supuesta unidad en torno a Zelensky o la supuesta nostalgia por la era soviética, sin proporcionar una sola evidencia.

Técnicas de propaganda:

  • Etiquetado: Se utilizan términos cargados emocionalmente para desacreditar a Ucrania y Occidente, como “autoritarismo,” “fascista,” “propaganda,” “oligarquía,” “manipulación.”
  • Apelación al miedo: Se presenta a Rusia como víctima de la expansión de la OTAN y se sugiere que Occidente busca destruir la cultura rusa en Ucrania.
  • Sembrando la duda: Se cuestiona la veracidad de los medios occidentales y se acusa a la prensa de parcialidad y censura.
  • Creación de un enemigo común: Se presenta a Occidente como una entidad monolítica y hostil que busca imponer su voluntad sobre Ucrania y Rusia.

Ejemplos concretos:

  • Se afirma que “Ucrania eligió resolver por la vía militar un problema político” en referencia a Donbass, ignorando la evidencia de la directa participación rusa desde el inicio del conflicto.
  • Se utiliza la frase “fuerzas de choque con simbología fascista” para desacreditar a los manifestantes de Maidan, sin mencionar que eran la gran minoría. Tampoco menciona la presencia de grupos neonazis en ambos bandos del conflicto.
  • Se acusa a Ucrania de “eliminar la lengua rusa” y de perseguir a la población rusoparlante, exagerando y manipulando las medidas tomadas para promover el idioma ucraniano.
  • Se presenta el acuerdo de Minsk como una solución viable que Ucrania rechazó por motivos ideológicos, ignorando las violaciones del acuerdo por parte de los separatistas respaldados por Rusia.

En resumen, el texto utiliza una combinación de falacias lógicas, lenguaje manipulador y omisión de información crucial para construir una narrativa que justifica la agresión rusa y demoniza a Ucrania y Occidente.

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